Inocencio y Pitti caminaban hacia la nueva aventura que
volvería a aportar emoción a sus vidas.
Al llegar a un pequeño pueblo de casitas blancas, vieron un
bonito parque lleno de flores, en el que se escuchaban las voces de unos niños
que cantaban y jugaban. Esto les animó a quedarse.
-Vamos a descansar y mañana seguiremos el viaje – apuntó el
cerdito.
El pajarillo accedió, puesto que también él estaba cansado.
Buscaron
algo de comida por los alrededores. Algunas migajas de pan y algún trozo de
chorizo y jamón que habían caído de las meriendas de los niños. Luego se
sentaron a contemplar el cielo de aquella tarde de verano.
Algo alejado de los dos amigos había un columpio y, mientras Pitti dormía apoyando sus patitas en
el borde de un banco, Inocencio salió
moviendo su trasero, en dirección a dicho columpio. Al llegar, un niño subía
dispuesto a jugar un rato.
El pequeño cerdito se quedó mirando como el niño flexionaba
las piernas y subía cada vez más alto. Le pareció que, pronto tocaría las estrellas.
Inocencio sintió de nuevo el deseo de volar.
Cuando el niño, cansado de jugar con el columpio lo abandonó, el cerdito se
acercó al mismo, algo tímido y, dándole un leve empujón con su hocico, hizo que
se balanceara hacia atrás. En su ignorancia, no se apartó a un lado y, cuando
el columpio volvió, dio de lleno en su cabeza dejándolo casi inconsciente, haciéndole
ver las estrellas que tanto le gustaban.
Cuando recuperó del todo la conciencia, sintió que le dolía
la cabeza.
Mientras tanto, Pitti, que
se había despertado, salió en su busca.
-Pero, ¿qué tienes en la cabeza? –se refería a un gran
chichón que se apreciaba entre sus orejas.
- No sé, yo no puedo verme. Pero algo muy duro me ha
golpeado.
Pitti vio que el columpio aún se movía y
comprendió lo que había ocurrido.
-Vamos, seguiremos nuestro camino.
-¡No, no! ¡Quisiera intentarlo de nuevo! ¡Debo ir al columpio para alcanzar las
estrellas!
-De acuerdo. Pero hagamos bien las cosas. Busca algo para
subir. ¡Mira! ¡Allí hay una piedra que te puede servir de escalón!
Inocencio, ni corto ni perezoso, empezó a
empujar la piedra con su morro. Cuando la improvisada escalera estuvo debajo
del columpio, el cerdito subió y, de esta forma, pudo estabilizar el juguete
que le llevaría cerca de las estrellas.
Comenzó a flexionar sus cuatro patas de la misma manera en
que vio hacer al niño. El columpio se movió y, poco a poco, se alejaba más del
suelo.
-Pitti, mira!
¡Ahora sí que puedo decir que estoy viviendo la gran aventura!
Cada vez el columpio subía más alto. El pajarillo estaba
asustado, ya que su amigo no podía agarrarse a nada. Así fue que cuando más
alto estaba, se le fueron las patas y el cerdito salió disparado, cayendo a dos
metros, en una charca de barro.
Pitti acudió volando a su lado y le vio
todo sucio y dolorido.
-Querido amigo –dijo Inocencio-
hoy ,por segunda vez, he visto las estrellas. Creo que no quiero verlas nunca
más, ya que me produce un gran dolor de cabeza.
Estaba triste y pensativo. Al caer en el barro, se acordó de
los hermanos y parientes de su misma especie y tuvo grandes deseos de volver a
verlos. Así se lo hizo saber a Pitti,
que también sentía añoranza por los suyos.
Los dos amigos decidieron dar por terminada la aventura y
volver de nuevo a sus respectivos hogares.
Cuando llegaron a su destino, se despidieron y quedaron para
reunirse de nuevo, en una próxima ocasión para vivir nuevas aventuras.
FIN.
Autora: Paki López (Sharada)
FIN.
Autora: Paki López (Sharada)